
mayo 29, 2024
Las manifestaciones sociales de odio siempre han estado presentes en la historia de la humanidad, pero es cierto que con la aparición de Internet y la llegada de las redes sociales, lo que a menudo se limitaba a las conversaciones en casa o en el bar con los amigos se ha dado la libertad de llegar a más gente. Al fin y al cabo, existe un incentivo para interactuar, comentar y expresar una opinión. En realidad no importa lo bueno que sea tu punto de vista, lo importante es que te expreses. Pero las manifestaciones de haters, término popularmente utilizado para describir a las personas que expresan desdén u odio hacia alguien en plataformas online, son un fenómeno actual que muestra la naturaleza humana inferior en acción. Es en este mundo en el que vivimos y es con estos retos con los que tenemos que aprender a vivir sin dejarnos engullir por la atracción gravitatoria del odio.
Desde la antigüedad, el placer de odiar y castigar públicamente ha estado presente en la sociedad. Crucifixiones, ahorcamientos y hogueras con ejecuciones públicas eran acontecimientos que atraían a grandes multitudes para contemplar y a menudo aplaudir el castigo. Era una forma socialmente aceptada y fomentada de entretenerse con la crueldad, que, con el debido respeto, también se manifiesta en el placer que sienten los que odian al expresar su ira y rebajar a su víctima. La búsqueda de placer en actividades negativas está vinculada a la liberación de dopamina en el cerebro, lo que proporciona una sensación temporal de bienestar. En estos casos, criticar o menospreciar a los demás puede dar a las personas una sensación de superioridad y poder, alimentando aún más este comportamiento, que denota una clara desviación del carácter.
Pero donde hay odio, suele haber un dolor subyacente. Donde hay necesidad de parecer superior, hay complejo de inferioridad. Internet no ha hecho peores a los seres humanos, pero ha contribuido a desatar aún más la matriz de la ira, debido al anonimato y la distancia que proporcionan las plataformas digitales, ya que la gente puede expresar su odio sin afrontar consecuencias directas. La facilidad con la que pueden difundirse estos mensajes hace que el discurso del odio se propague rápidamente, creando comportamientos de manada y uniendo a la gente en torno a un enemigo común. Por supuesto, la ira no siempre se manifiesta directamente, sino que utiliza diferentes máscaras, más aceptadas socialmente, para destilar su veneno: el justiciero, el rebelde, el defensor de la moral, el activista y muchas otras.
Estas máscaras y toda la violencia propagada por los que odian intentan ocultar lo que es obvio: la envidia y los celos (el sentimiento de inferioridad que lleva a las personas a menospreciar a los demás para sentirse mejor consigo mismas); la desesperación por llamar la atención y obtener reconocimiento, la frustración (las personas insatisfechas con su vida proyectan sus frustraciones en los demás) y la necesidad de pertenencia (formar parte de un grupo de personas a las que no les gusta algo proporciona una falsa sensación de comunidad).
Para ti, como buscador de la verdad, comprender este fenómeno es el primer paso para proteger tu mente y tu corazón de este fango. El segundo paso es la presencia. Estas personas están en el infierno, y nadie quiere estar solo en el infierno, así que intentarán que estés presente, bien para que te unas a la manada inconsciente en el odio a la víctima, bien para que quieras defender al que está siendo atacado, también de forma violenta. Recuerda que no hay mayor dharma que Ahimsa, que es la no violencia. Por lo tanto, tomar partido en una guerra para atacar o defender tiende a conducir a una disminución de la conciencia. Por supuesto, dependiendo de la situación, necesitas actuar, porque a menudo la situación puede requerir que actúes. Si este es el caso, recuerda luchar sin odio y esto requiere entrenamiento. El verdadero acto de valor es no recurrir a la violencia, porque ésta nace del odio. Cultivar la firmeza en el amor y la compasión es el verdadero valor en nuestros tiempos. ¡Celebremos el placer de amar!