
abril 14, 2024
Imagínate la siguiente situación: una tarde cualquiera, caminas por la calle y ves una escena que te llama la atención: Una persona sentada en la vereda, claramente triste, con lágrimas en los ojos. El impulso inicial de muchos sería sentarse al lado y, en un intento de demostrar apoyo, intentar sentir su dolor, absorber su sufrimiento para que no se sienta tan sola en su angustia. Esa es una reacción común, sin embargo, según la forma en que lo hagas, puedes confundir empatía con mezclarte con el dolor del otro. Pero, ¿Será que sufrir con el otro es la única o la mejor manera de ofrecer soporte?
Hay una creencia diseminada de que, si no compartimos el dolor del otro, especialmente cuando está sufriendo, seremos insensibles o desprovistos de empatía. Sin embargo, es fundamental distinguir entre sentir empatía y sufrir con el otro. La empatía madura es un componente esencial para realmente ayudar a alguien en sufrimiento, porque permite que comprendamos sus sentimientos sin perdernos en ellos.
Empatía es la capacidad de comprender y sentir el otro. Es colocarse en el lugar del otro, intentando ver el mundo a través de sus ojos y sentir lo que siente, sin necesariamente haber experimentado la misma situación. Empatizar es ser conmovido por la adversidad del otro, deseando ayudarlo a superar su condición. Sin embargo, para que esa ayuda sea efectiva, es necesario mantener una cierta distancia emocional, lo que no equivale a ser frío, sino a preservar la propia estabilidad mientras se ofrece apoyo. Piensa en el ejemplo de un médico tratando a un paciente gravemente herido: para ofrecer el mejor cuidado, el médico no puede dejarse llevar por el dolor del paciente, sino que debe permanecer comprensivo y profesionalmente distante.
Esta perspectiva es aplicable a todas nuestras relaciones, ya sea con amigos, familiares o compañeros afectivo-sexuales. Al vivir en un mundo donde el sufrimiento es una constante para muchos, nuestra capacidad de ofrecer un puerto seguro sin perdernos en la tempestad ajena es más valiosa que nunca. Lo digo, porque veo a mucha gente desesperada con su sufrimiento y a muchos otros que no saben cómo lidiar con el sufrimiento ajeno.
El dolor necesita ser abrazado y cuidado, no podemos tenerle miedo, pero es importante tener respeto y saber que el sufrimiento tiene una fuerza gravitacional. Nadie quiere sufrir solo, por eso comprende que al ayudar a alguien que está con la consciencia rebajada a causa del sufrimiento, el camino no es rebajar tu consciencia. El camino es tener empatía con el dolor ajeno, sin tomar esos dolores como si fuesen tuyos, para que tu conciencia esté elevada al punto de poder verdaderamente ayudar.
Terapeutas, en particular, enfrentan ese desafío diariamente. Para cuidar la salud emocional y mental de sus pacientes, no pueden fundirse con los dolores presentados en la consulta. Cuando hay una identificación excesiva, se corre el riesgo de proyectar las propias cuestiones y sufrimientos en el otro, comprometiendo la objetividad y eficacia de la ayuda ofrecida.
Por eso, los invito a todos a reflexionar sobre sus interacciones diarias: ¿estamos realmente practicando empatía o estamos perdiéndonos en el sufrimiento ajeno? Cultivar una empatía madura y consciente es un paso fundamental para construir un mundo donde el apoyo mutuo sea genuino, profundo y, sobre todo, curador. Seamos faroles de comprensión y ayuda, sin ahogarnos en las ondas del sufrimiento que buscamos aliviar.