
julio 15, 2025
La gran pregunta es: ¿En qué momento nos desconectamos tanto de nuestra esencia como para creer que vivir con ansiedad es algo normal?
Se habla mucho de la ansiedad, y con razón. Según la Organización Mundial de la Salud, Brasil es el país más ansioso del mundo. Cerca del 9,3 % de la población brasileña convive con el trastorno de ansiedad generalizada. Vivimos tiempos de hiperactividad, de exceso de información y de exigencias constantes. La ansiedad, que antes se percibía como una molestia puntual, se ha convertido en una forma de vivir —y de sobrevivir.
Pero, ¿comprendemos realmente qué es la ansiedad?
He escrito este artículo para mostrarte que la ansiedad es más que un problema psicológico: es un fenómeno espiritual que refleja el alejamiento de nuestro verdadero ser.
A menudo se dice que la ansiedad es un exceso de futuro. Y aunque esa definición tiene algo de cierto, no lo explica todo.
La ansiedad puede entenderse como un síntoma del apego a la ilusión del control, algo característico de un mundo de dualidades, en el que nos alejamos de la verdad del espíritu y nos perdemos en una búsqueda constante de reconocimiento y realización externa.
Desde una visión espiritual, la ansiedad surge del conflicto entre fuerzas que dificultan nuestra evolución, y que mantienen la mente atrapada en pensamientos repetitivos y deseos inalcanzables. Se manifiesta como una pérdida del poder personal, un vaciamiento del centro energético que rige la acción consciente. Por eso, es habitual que la ansiedad se manifieste físicamente en forma de falta de aire, opresión en el pecho o molestias en la zona del estómago.
Está tan enraizada en la vida cotidiana de muchas personas que, al resolver una preocupación, no se siente alivio: simplemente aparece otra en su lugar. Se trata de un ciclo que sólo se puede romper mediante una comprensión profunda y una verdadera transformación interior.
La ansiedad no afecta solo al plano espiritual. Sus consecuencias se extienden a los niveles psicológico, emocional, social y físico. Vivimos en una sociedad que glorifica la prisa y exige productividad constante.
Esta presión puede provocar desequilibrios bioquímicos en el cuerpo, lo que muchas veces lleva al uso de ansiolíticos. En muchos casos, estos fármacos son necesarios y desempeñan un papel importante en el proceso del cuidado. Sin embargo, debemos estar atentos a la banalización de su uso, como si la ansiedad fuera únicamente un desajuste químico que hay que silenciar, y no una llamada del alma que necesita ser escuchada con atención.
Y no podemos olvidar cuánto afecta una mente ansiosa al sueño, a la alimentación y al ritmo vital.
Muchas veces, la ansiedad se alimenta del orgullo: un apego a un yo idealizado que cree que todo debe salir perfecto. Así aprendemos a valorar el activismo como un signo de ser competentes, aunque eso suponga perder nuestra paz interior.
Aquí se impone una mirada honesta, que se traduzca en esta pregunta esencial:
¿Quién ha permitido que tu vida se vuelva tan apretada hasta el punto de hacerse insostenible?
Esta simple pregunta revela la relación que existe entre miedo, orgullo y ansiedad. Miedo a fracasar, a decepcionar, a ser rechazado. Miedos que muchas veces asumimos sin darnos cuenta.
Para romper el ciclo de la ansiedad, es fundamental volver a la presencia. La práctica de armonización, que llevo años enseñando, es un camino sencillo y transformador. Comienza con la conciencia corporal, continúa con la respiración consciente y culmina en la presencia silenciosa.
Es importante dejarlo claro: no hablamos de un silencio impostado, diseñado para encajar en redes sociales o en los escaparates de la espiritualidad contemporánea.
Cuerpo, respiración, presencia: estos tres elementos forman la base de un estado interior que favorece la calma y abre la puerta a la autoindagación. Porque es en el silencio donde volvemos a conectar con nuestra esencia. Y es desde ahí donde empezamos a observar qué pensamientos nos dominan y qué es lo que realmente nos aleja del momento presente.
Cada persona puede encontrar su propia puerta de entrada a la paz. Algunos la descubren en el silencio de la meditación; otros, en la oración; otros, en la práctica del japa, la repetición de mantras.
La verdadera paz no es apariencia: es fruto de la presencia, de la entrega y de la sinceridad. Nace cuando dejamos de resistirnos a la vida y comenzamos a escucharla. Cuando miramos hacia dentro con coraje y dejamos que el silencio nos muestre lo que tiene que ser visto.
A mis alumnos les enseño la práctica del japa como una herramienta milenaria que ayuda a disciplinar la mente y a despejar el exceso de pensamientos. Podríamos decir que actúa como un machete que abre camino en un jardín invadido por las malas hierbas del pensamiento repetitivo.
Repetir un mantra —el que tú elijas— es una forma de retomar el mando de la mente. Poco a poco, esta práctica se convierte en un gesto de amor hacia el alma, sembrando virtudes y abriendo espacio para que el silencio profundo se manifieste.
Pero no es solo la práctica lo que transforma. Es la constancia. Es el compromiso con el autoconocimiento. Es el deseo sincero de liberarse del sufrimiento.
Por eso, también te invito a llevar un cuaderno de autoindagación: un espacio íntimo donde anotar tus percepciones, tus miedos, tus patrones y tus descubrimientos a lo largo del camino.
Superar la ansiedad no consiste en apagar los síntomas con soluciones rápidas. Es un proceso de limpieza interna, de recuperación del poder personal y de alineamiento con el amor que vive en ti.
En algún momento, hay que decir: “basta”.
Recuperar la llave de tu casa interior y decirle a la ansiedad: “Aquí ya no mandas tú”.
Es un compromiso profundo con el alma. Un compromiso con la calma, con el cuidado de la mente como si fuera un jardín, con abrir espacio para que el silencio se haga presente.
La ansiedad puede seguir llamando a la puerta,
pero con las herramientas adecuadas, ya no tiene por qué vivir dentro de ti.
Que cada respiración consciente te recuerde:
ya estás en casa.
El hogar del momento presente está siempre disponible.
Y en él, la paz es posible.
Namasté
Prem Baba